No era fácil ser el hijo de
Dittmar Kiragi, el líder más carismático de la facción rebelde «Poetas Clandestinos»
que había dado el siglo XXXI hasta ahora.
Hacía mil años que todo aquel que practicase la escritura era
juzgado como traidor a la Asamblea de las Cibertierras,
y condenado a sufrir bloqueos cerebrales.
Los rebeldes esperaban que el joven Götz Kiragi fuese una
réplica exacta de su padre y que, llegado el momento, le sucediese. Pero algo
había fallado en la bioselectionis durante
el proceso de concepción del muchacho, porque a él no le interesaba lo más
mínimo las letras, la literatura y puestos a ser sinceros, ni siquiera la
lectura.
Dittmar y Jane —la madre del chico— mantenían en secreto la
debilidad de Götz con la esperanza de que un día cambiara de actitud.
—¿A dónde vas, Götz? —preguntó
Jane cuando lo vio encaminarse hacia el transportador de partículas, disfrazado
de robot roñoso.
—Mamá, es 31 de octubre… ¿Dónde voy a ir con estas pintas? —respondió
con sorna.
—Sé perfectamente qué día es. ¿Y tú? —replicó la mujer y
continuó—: Le prometiste a tu padre que asistirías hoy a la disertación “Rituales
mágicos en el siglo XXI”, en lugar de participar en esa estúpida celebración del
Día de los Humanoides Vivientes.
—Maldita sea, se me olvidó. ¡Estoy de lecciones de grafías, de
disertaciones hasta los…!
—¡Modera tu lenguaje, Götz!
—Está bien —contestó el muchacho reprimiendo su enojo; pero añadió
con rabia—: Y no es una estúpida celebración. Aunque tú no lo creas, hay robots
que se transforman en humanos sanguinarios.
—¡Huy, qué miedo! Es verdad: haberlos, haylos —dijo Jane irónica.
—Lo de los rituales mágicos en el XXI… ¿Eso no es una
estupidez?
—Por favor, no compares. Eran tiempos primitivos. —Lo miró
con benevolencia —. Anda, cámbiate antes de que llegue tu padre.
Götz asintió de mala gana. «Siempre igual: “Haz esto, haz lo
otro. Eso lo ha hecho tu padre por tu bien…”. ¡Mierda de rituales mágicos!», rumió
el joven mientras se dirigía a su habitación.
Una vez allí, un fuerte chirrido retumbó dentro de sus oídos.
Götz se encogió de dolor. Cuando recuperó el aliento, frente a él apareció una
proyección virtual de humanos vestidos con túnicas negras. Gesticulaban sin
cesar y hablaban en un idioma tan arcaico que Götz no los comprendía.
Asustado, el muchacho activó el traductor de su base de datos
intracerebral. Entonces, las palabras
cobraron sentido.
—¡Piedad! Exhúmanos de esta Red infernal—le imploró una chica.
—¿De qué red? —preguntó Götz todavía impresionado.
—¡Internet! —corearon todos.
—¿Internet? —Götz recurrió otra vez a su base de datos para obtener
una respuesta. La información desplegada lo dejó perplejo—. ¿Cómo es posible? ¡Internet
es anterior a la Edad del Cambio Climático! ¿Quiénes sois?
—Escritores —contestó un anciano—. En el 2016 participamos en
un concurso de cuentos que versaba sobre “Samain”; una fiesta celta mágica,
antiquísima en aquel entonces. Para desgracia nuestra, tomamos a chanza las
leyendas de conjuros ancestrales. ¡Qué necios!
»Una de las participantes, una bruja, con malas artes hechizó
las narraciones: fuimos absorbidos por la Red. Forzados a sabotear cualquier
escrito digital eternamente.
—¿Y…? —preguntó Götz. Le importaba muy poco esos sabotajes,
es más, los aplaudía.
—El hechizo se romperá si el 31 de octubre de este año coloreas
con sangre humana el dibujo de un carnero sobre cada cuento. Si no, vagaremos
por los siglos de los siglos —explicó una joven.
«¡Fantasmas en las ciberconexiones!
Esto mola más que los Humanoides Vivientes. Pero si les ayudo, se esfumarán»,
pensó Götz.
—Por favor —le
suplicaron.
—Hum… —Una sonrisa malévola se asomó a los labios de Götz.
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Y tú ¿cómo imaginas el futuro?
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