Por la noche hace demasiado frío para mi gusto. Prefiero
ir por la mañana. Sí, sí, por la mañana. Seguro que Felipe se niega, y todo por
llevarme la contraria. Sé que a él le da igual, pero seguro que dirá:
"¡Qué se fastidie Manoli!". ¿Y qué le he hecho yo? Nada,
absolutamente nada. Estoy segura de que le caí mal desde el momento en que
María nos presentó. A mí, sin embargo, me pareció un chico muy majo. Claro, que
a mí, todo el mundo me parece estupendo.
¡Cuánto tarda en atenderme el camarero! Se habrá creído
que yo dispongo de todo el día. Puede ser que a la marabunta que se agolpa en
la barra o en las ridículas mesas le sobre el tiempo, pero a mí, no.
Carlos me
recomendó esta cafetería. Me dijo que es el local de moda. Pero para mi gusto, y yo no
suelo equivocarme, la decoración es demasiado barroca, las sillas tremendamente
incómodas y los camareros no saben ni poner un pie delante del otro. Esto me pasa por fiarme de Carlos, a
pesar de que ya conozco su falta de buen gusto. ¿Y si sabía que yo iba a detestarla?
¡Está claro…! Ahora lo entiendo: la alabó tanto para incitarme a que viniese y
así fastidiarme. ¡Qué inocente soy! Juro que es la última vez que me toma el
pelo.
Me apetece tomarme un buen zumo natural de manzana y
pera. Me juego lo que sea a que estos ineptos (y a mí no se me escapa una) pondrán
más manzanas que peras en la mezcla y lo fastidiarán. El camarero se acerca… Oh… Pasa de largo. Me mira con ojos bovinos. No voy a esperar ni un segundo más,
me voy. Regresaré a casa, allí me espera Fifí. Le daré un largo paseo. Pero…
ahora que me acuerdo… ayer regalé a Fifí. Me compraré otro perro. Uno que
prefiera jugar conmigo en vez de con una zapatilla. Y no se lo contaré al
sicólogo. Estoy harta de que me diga que tengo que cambiar. Es más, no volveré
a su consulta. ¿Tan difícil es entender que mi único problema es que me
persigue la mala suerte?
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¡Que los hados nos libren de cruzarnos en el camino de Manoli!
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