LA DESAPARICIÓN DE ROBERTO MÉNDEZ. (Lo sabía... 9)

“Lo sabía, yo sabía que tarde o temprano Eugenia aceptaría verme”, pensó Roberto mientras se dirigía a su antiguo hogar.

           
Había transcurrido más de un año desde que se divorciaron.
            A partir del escándalo de las fotos, la vida de Roberto cabalgó entre el drama y la tragedia: jamás consiguió contactar con Jacqueline; perdió su trabajo; se quedó sin amigos, mejor dicho, sin relaciones; se le cerraron todas las puertas, las del cielo y las del infierno.
            Sentado en el taxi, frente a las rejas de la mansión de su exmujer, repasó cuidadosamente las edulcoradas palabras con las que pensaba seducirla.
            “Eugenia es una blanda. Con sólo aletear a su alrededor derribaré sus murallas, y conquistaré nuevamente todo, todo lo que me fue arrebatado”, especuló Roberto al rebasar el control de seguridad.

—Muchas gracias por recibirme. Estás preciosa. Este corte de pelo te favorece mucho.
            Eugenia, haciendo caso omiso a sus halagos, pero con amabilidad, lo invitó a sentarse en el sofá de la coqueta sala de lectura, mientras ella hacía lo propio en una butaca cercana.
            —Bien… —comenzó a decir ella— Te preguntarás por qué, después de tantas negativas, he aceptado reunirme contigo hoy.
            “Esto promete”, pensó él.
            —Verás yo… he pensado que si tú… —se adelantó a decir Roberto.
            —¡Cállate y escúchame! —le ordenó Eugenia y comenzó a hablar—: varios años antes del escándalo de las fotos, conocí a Clarisa. Me llamó por teléfono y poco después, nos conocimos en persona.
            —¿Clarisa? ¿Qué Clarisa? —El hombre se removió inquieto en su asiento.
            —Oh… por favor… sabes perfectamente quién es Clarisa.
            —Ah… ya… ahora caigo. Es que hace mucho tiempo… supongo que te refieres a una novia que tuve antes de conocerte —rectificó Roberto, asustado por el derrotero que tomaba la conversación—. Acaso ella, ¿te insultó? ¿Me insultó?
            —¡Qué va! Todo lo contrario. Me pidió que te ayudara a ser el de antes. Me dijo que no reconocía nada de ti en las entrevistas en las que aparecías en prensa o televisión. No se explicaba dónde estaba el Roberto que tanto había ayudado a sus padres y hermanos. Me rogó que te rescatara. Tengo que revelarte que, antes de hablar con Clarisa, sólo mis creencias religiosas me disuadían a divorciarme de ti. Pero, yo… me enamoré del Roberto que ella me describió.
            Él aprovechó esta confesión para tratar de ganar el terreno que había cedido. Se arrodilló ante ella. Pero Eugenia, abrumada, le indicó que volviera a sentarse en el sofá.
            —Los años siguientes —continuó ella— traté de devolverle la vida al hombre que Clarisa me había retratado; por eso, te puse al frente de fundaciones de ayuda a colectivos desfavorecidos, de investigación, proyectos culturales…  Pero, el resultado fue el contrario: aniquilé a ese hombre. Jugué a ser Dios y perdí.
            —No, estoy aquí. Puedo ser otra vez ese hombre.
            —Pero yo, ya no soy esa mujer. Ojalá lo consigas, tendrás que hacerlo tú solo, sin ayuda, sin carga. Esa es la razón por la que no quiero volver a verte. No quiero perjudicarte más.
            —Tú no me has perjudicado nunca, yo siempre…
            En ese momento, un miembro del personal del servicio los interrumpió para informar a Eugenia que el Sr. Michel Dupont y el doctor Ybarra, la esperaban en la biblioteca.
            Ante la mueca de curiosidad que se le escapó a Roberto, Eugenia sonrió con malicia y le explicó que Michel Dupont se dedicaba al cine: en la actualidad, como guionista y director; aunque al comienzo de su carrera, se inclinó por la interpretación. De hecho, Eugenia le admitió que tenía un parecido razonable con él.
            Ella había financiado la última película de Dupont, cuya acción se desarrollaba en las galerías de una antigua mina. El doctor Ybarra, que había trabajado en el pasado en una de las fundaciones que Roberto presidió, asesoraba al director en los temas médicos del guión. Y, casualidades del destino, una de las actrices, bordando su papel según Dupont, era la chica que protagonizó junto a Roberto, las polémicas fotos.
            A medida que Eugenia hablaba, Roberto sintió como si un ejército de hormigas le trepara por las piernas; su corazón parecía escalar por la garganta como si tuviera vida propia.
            A duras penas se sostuvo en pie para tomar el taxi en el que se marchó de la casa de su exmujer.

            Antes de entrar en su pequeño apartamento, pensó: “¡Qué tontería! Eugenia es demasiado estúpida para planear algo así. Además, aún me ama, más que eso, todavía está enganchada a mí”. La vanidad cerró la puerta a su cordura.
FIN

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