Fue avanzando todo lo aprisa que le permitía la escasa iluminación del túnel que se abría ante él.
Cada
instante miraba hacia atrás, temeroso de distinguir entre las sombras la
silueta de un probable agresor. El sudor le empapó la camisa. Poco le importaba
ahora su aspecto.
Tras rebasar una marcada
curva, le llegó una bocanada de aire fresco y limpio; sin duda, se aproximaba a
la salida. Aceleró el paso ansioso por liberarse de aquellas paredes opresoras.
Enseguida alcanzó el final de la galería. En el exterior sólo resplandecía la
luz de las estrellas y de la luna.
Se dobló por la cintura agarrándose
las rodillas con las manos. Suspiró aliviado. Al menos una parte de su
pesadilla había concluido. No tuvo tiempo de pensar en nada más porque oyó un fuerte
chasquido, seguido de un dolor agudo que recorrió su cuerpo de la cabeza a los
pies, lo derribó y lo sumió en la inconsciencia.
(Continuará mañana)
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