CAPÍTULO IV
―¡Un médico, rápido… aquí! ―gritó
el inspector Mendoza agitando los brazos para que el resto de su equipo
acudiera― ¡Deprisa, aún respira!
Mendoza había
encontrado el cuerpo con vida pero inconsciente de una mujer que coincidía con
la descripción y apariencia de Amelia Gracián Estudillo, en una cueva que quedó
al descubierto con la bajamar.
El equipo
sanitario se ocupó de ella de inmediato. Ante la sorpresa de los que la
rodeaban, Amelia, todavía desvanecida, comenzó a balbucear: “me llaman…Tengo
que irme…”
El inspector
Mendoza se adentró un poco más en la cueva y descubrió, tendido bocabajo, el
cuerpo de un hombre.
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Inmóvil en la
cama del hospital, Amelia abrió los ojos un día después de que la policía la
rescatara de la cueva.
El inspector
Mendoza aguardaba expectante la oportunidad de interrogarla para esclarecer los
hechos y averiguar qué papel había desempeñado en el incidente el hombre identificado como Jorge Acevedo Millán,
que permanecía en coma debatiéndose entre la vida y la muerte en la sala contigua.
Cuando Amelia recuperó
la fuerza suficiente para hablar, les
relató que el pasado lunes, mientras paseaba tranquilamente por la playa,
reparó en la presencia de un hombre sentado en el saliente de una roca sobre el
mar; a ella le pareció una temeridad y una imprudencia. Antes de terminar esta
reflexión, una ola se abalanzó sobre él y lo arrastró al mar. Ella, sin
pensarlo, se lanzó al agua para rescatarlo. A partir de ahí, no recordaba nada
más.
Mentira, sí que
recordaba algo más, pero no, Amelia no revelaría a nadie la existencia de ese mundo
paralelo donde estuvo atrapada hasta que recuperó la consciencia. Jorge aún
permanecía allí. Sí, sí que buscaría a Miriam cuando saliera del hospital y la traería
junto a su marido antes de que fuera demasiado tarde.
Y la encontró:
moribunda en otro hospital.
۷۷۷
Jorge regresó a la cala todos los
días con la esperanza de reencontrarse con Amelia pero fue en vano. Una nublada
mañana, distinguió una silueta entrando en la cueva. Se encaminó hacia allí y
traspasó la entrada. Enseguida, a pesar de la oscuridad, intuyó la presencia de
otra persona.
―¿Amelia? ¿Eres
tú? ―preguntó Jorge.
―Amelia se fue.
Tú también debes irte. Vete de este sitio ―le contestó una ajada voz.
―¿Quién eres? “¿Esa
voz? Me recuerda a…” Jorge se interrumpió para gritar:
―¡Miriam, eres
tú! ¿Cómo es posible que estés aquí? ―dijo completamente trastornado. Se acercó
a ella dando grandes zancadas y la abrazó con todas sus fuerzas.
―Sal de aquí,
vete. Debes irte ―le suplicó ella agarrándole los brazos.
―No sin ti. Jamás
volveré a dejarte sola ―le contestó Jorge sujetándole la cara con las dos manos
para besar sus labios con ternura.
La asió por la
cintura, la cintura diminuta de un cuerpo devastado y consumido, y la condujo
hacia la salida de la cueva. Un sol cegador les deslumbró. El mar desapareció
engullido por un vagón de tren que los llevó a un destino sólo de ida.
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Amelia sonrió cuando uno de los
hijos de Jorge y Miriam la llamó por teléfono desde el hospital, para
comunicarle que el corazón de Jorge había dejado de latir en el mismo instante
que el de Miriam.
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