Bailé todo el
martes sobre su tumba. Bailé hasta que la policía me forzó a bajar de la lápida
y me encerró en un calabozo. Entonces, descansé: Ricardo me rogó, antes de
morir, que el taconeo de unas bulerías lo acompañara en su primer día en el país
de las frías sombras. Yo… se lo prometí.
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